Barro, tierra, la idea de una figura, un escorzo, una postura, una impostura. Tierra, materia, metal. Estructura que se fragmenta para volver a ser unida con nudos de materias diferentes. Superficie que endurece el fuego y que pule en eterno brillo y color perseguido. Figura que observa, o que piensa, o que se lamenta, o que se consuela. Figura que busca su paisaje que tal vez está sólo un poco más allá, donde la música silenciosa del color y los pinceles se desvanece cuando llega cada noche. En las noches de invierno. Para que después resurjan los paisajes y las figuras en la mente y se confundan con el sueño. Para que a veces clamen todos desesperados pidiendo ser descubiertos al fin. Para que en cierto modo vivan en la esperanza que como a los vivos nos mueve y nos sostiene. Paisajes y figuras de la mente que en fragmentos se escapan por las manos y empiezan a existir convirtiéndose en parte de algo que ya existía. Solamente con esa pretensión, la de existir. Sencillamente, humildemente. Con la intención leve de testimoniar una expresión que busca un lugar grande o pequeño, relevante o irrelevante, no importa, porque la clave es la forma y la materia en que la sensación y la idea se han tornado.